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Entradas

La tortilla

                    Hoy no tenía ganas de cocinar. Eché mano a lo que tenía en la nevera y al fondo encontré dos huevos solitarios que se arriesgaban a ser utilizados pronto o pasar a mejor vida. No se diga más. No está el patio como para ponerse rebelde y desafiar lo que a una se le presenta fácil.                Casco los huevos y me acuerdo de mi abuela. Ella me enseñó – bien- que si la tortilla es de más de un huevo, no vayas a echar todos los huevos juntos Mari, porque si uno te sale malo ya tienes que tirarlos todos . Y qué desperdicio. Ve uno por uno, casca primero uno en un bol, y si sale bueno, ya lo juntas con los demás. Abuela, lo confieso, alguna vez te he fallado. Alguna vez me apeteció hacer locuras y casqué los huevos uno detrás de otro sin separarlos, aposté fuerte a ciegas y gané, porque no salió huevo cortado, ni pasado, ni nada.  ...
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Recalculando ruta.

        Llega diciembre y vuelve a pillarte con la casa sin barrer y la cabeza sin ordenar.          Llega el diciembre más inconcebible que (ni) podíamos imaginar. También, quizá, el diciembre más destructivo, constructivo, desautomatizador. Lo genial de los momentos extraordinarios es que son grandes maestros si estamos atentos a sus lecciones.          Llega diciembre y yo, como tantos, he aprendido, a base de ostias y regalos. Me quitó, me dio, y sobre todo me dejó ver mucho, mucho que ignoraba.          Que tener miedo puede ser un estado natural, pero si lo disimulas nadie lo nota y a veces hasta tú mismo lo olvidas.          Que tus demonios te acompañan y se mudan contigo, y aunque a veces se convierten en caras y nombres siempre siempre están primero en ti.          Que las dudas son razonables y las certezas, la mayoría de las ve...

Hijos del agravio

Cuando una es curiosa, que lo es, la mayoría de las veces se le va de madre y acaba vagabundeando por estos mundos de redes y topándose con personajes y vidas de lo más variopintos. Porque si hay algo que nos gusta a todos es una buena historia, y más todavía un buen protagonista, y cuando no existe nos enfadamos y como niños caprichosos que quieren su cuento de buenas noches decidimos darle color por nuestra cuenta. Que a veces los caprichos se nos van de las manos y nos convertimos en titiriteros de la peor calaña también, pero eso ya en la conciencia de cada uno quede.          El caso es que el otro día me topé con la historia de un señor cualquiera, llamémosle S, por señor y por superman, por lo que sigue. Un tipo de mediana edad, de bastante buen ver, cuidado y esmerado, nivel medio-alto en la calle y en la cocina. Su señora Señora, con la que se ve mantiene esa complicidad cuasi fraternal de los matrimonios añejos. Pater familias y con orgullo de un núm...

En piloto automático

Bienvenida, nueva normalidad. No sé si será sensación mía, pero te pareces mucho a la vieja. Qué increíble suena llamar, en contraposición, “vieja normalidad” a lo que antes llamábamos realidad sin más. Pero puede que incluso ese término se nos quedara grande. En otros tiempos estaban de moda ciertos debates filosóficos en los que lo real era puesto en duda e incluso negado: “nuestros sentidos nos engañan”, “lo que percibimos puede no ser la realidad, sino una apariencia sesgada por nuestro sistema sensorial”, “¿y qué pasa con la realidad de los sueños?”. Hoy ya casi nadie habla de eso. Y esas mismas cuestiones parecen de rabiosa actualidad. Nunca nuestros sentidos fueron tan engañados. Todos, sin excepción, nos tragamos una realidad que viene previamente digerida, matizada, filtrada, y se nos presenta ante nuestros ojos sin que prácticamente podamos elegir, porque elegir el bando equivocado equivale al ostracismo, al destierro social. La realidad de las redes sociales tiene más...

Quiero veros las vergüenzas

  Qué difícil es escribir en estos tiempos convulsos algo que no suene populista, hiperrepetido o a sentimentalismo facilón. Echo mucho de menos las ideas propias. En días como los que vivimos, de encerrona obligada y hasta nuevo aviso, el pueblo se echa a las redes como de buena gana se hubiera echado a las calles y los comentarios de barra de bar proliferan en cada nuevo refresh de tu timeline o sucedáneos.     Ojo, aquí otra comentarista de barra. Libertad de expresión siempre (y cuando respetes la del vecino: la solidaridad también era esto). Y el uno para todos, y todos contra la plaga me parece una actitud excepcional. De los valientes imbéciles que qué poquito deben importarse ellos mismos si tan poco les importa la sociedad y siguen haciendo lo que les place ya hablaremos otro rato.     Lo que yo echo de menos es oír tu voz. Siento que vivimos en una vorágine de acceso a tal infinidad de ideas que creemos no necesitar las nuestras propias. Y ...

Lo simple

      Fue una tarde bastante tranquila. Quizá había oscurecido ya. El tiempo transcurría con bastante normalidad. A decir verdad, el día había transcurrido con una ordinariez casi vergonzosa. Me recuerdo enfrascado en uno de esos tantos debates mentales que iniciaba ya casi por diversión y para los que cualquier mínimo detonante, una duda cualquiera, era suficiente. No recuerdo el motivo. Tampoco sería de interés. Pero aquella tarde fue la que me hizo entender todo. Aquella tarde comprendí que me había pasado años complicándome la vida por un sentimiento que yo consideraba absurdo, caótico, indecente, aterrador, intangible. Un día me había enamorado y, desde ese día, el mundo se había convertido en un lugar inhóspito, abominable, inaccesible, que me había ido arrebatando todo aquello que yo alguna vez sentí como auténtico, como verdad; se había apoderado entonces de mí una bruma de recelo hacia lo que me rodeaba, ahora ya no estaba seguro de nada, y en nada. ¿Cómo iba a...

Un café y dos magdalenas.

    El despertador suena, inexorable, siempre a menos diez. Esta vez no consentí un segundo reclamo. Me desperté sobresaltado en medio de la calma de mi habitación, velada por el aún desdibujado albor que precedía al amanecer. ¿De dónde podía salir tanto silencio? Minutos antes ese espacio lo ocupaban las risas, el estruendo, el jolgorio de una noche que me costaba reconocer como solo un producto de mis sueños y que me había dejado empapado como una pesadilla febril. Me costó algunos minutos más recuperar totalmente la vigilia. Me incorporé, y puse mis pies en el suelo en un intento de hacer volver mi mente a la realidad. Poco a poco me fueron llegando las imágenes que habían provocado mi turbación, en oleadas tan vívidas que casi parecían recuerdos de otro tiempo, ¿o acaso lo eran? Las caras me resultaban familiares, el tumulto me acogía como a uno más, la música me enjugaba el corazón con ritmos que ahora me sonaban tan lejanos... ¿me estaría volviendo loco? Últimamente, ca...