Hoy no tenía ganas de cocinar. Eché mano a lo que tenía en la nevera y al fondo encontré dos huevos solitarios que se arriesgaban a ser utilizados pronto o pasar a mejor vida. No se diga más. No está el patio como para ponerse rebelde y desafiar lo que a una se le presenta fácil. Casco los huevos y me acuerdo de mi abuela. Ella me enseñó – bien- que si la tortilla es de más de un huevo, no vayas a echar todos los huevos juntos Mari, porque si uno te sale malo ya tienes que tirarlos todos . Y qué desperdicio. Ve uno por uno, casca primero uno en un bol, y si sale bueno, ya lo juntas con los demás. Abuela, lo confieso, alguna vez te he fallado. Alguna vez me apeteció hacer locuras y casqué los huevos uno detrás de otro sin separarlos, aposté fuerte a ciegas y gané, porque no salió huevo cortado, ni pasado, ni nada. ...
Llega diciembre y vuelve a pillarte con la casa sin barrer y la cabeza sin ordenar. Llega el diciembre más inconcebible que (ni) podíamos imaginar. También, quizá, el diciembre más destructivo, constructivo, desautomatizador. Lo genial de los momentos extraordinarios es que son grandes maestros si estamos atentos a sus lecciones. Llega diciembre y yo, como tantos, he aprendido, a base de ostias y regalos. Me quitó, me dio, y sobre todo me dejó ver mucho, mucho que ignoraba. Que tener miedo puede ser un estado natural, pero si lo disimulas nadie lo nota y a veces hasta tú mismo lo olvidas. Que tus demonios te acompañan y se mudan contigo, y aunque a veces se convierten en caras y nombres siempre siempre están primero en ti. Que las dudas son razonables y las certezas, la mayoría de las ve...