Bienvenida,
nueva normalidad. No sé si será sensación mía, pero te pareces mucho a la
vieja. Qué increíble suena llamar, en contraposición, “vieja normalidad” a lo
que antes llamábamos realidad sin más. Pero puede que incluso ese
término se nos quedara grande. En otros tiempos estaban de moda ciertos debates
filosóficos en los que lo real era puesto en duda e incluso negado: “nuestros
sentidos nos engañan”, “lo que percibimos puede no ser la realidad, sino una
apariencia sesgada por nuestro sistema sensorial”, “¿y qué pasa con la realidad
de los sueños?”. Hoy ya casi nadie habla de eso. Y esas mismas cuestiones
parecen de rabiosa actualidad.
Nunca
nuestros sentidos fueron tan engañados. Todos, sin excepción, nos tragamos una
realidad que viene previamente digerida, matizada, filtrada, y se nos presenta
ante nuestros ojos sin que prácticamente podamos elegir, porque elegir el bando
equivocado equivale al ostracismo, al destierro social. La realidad de las
redes sociales tiene más que ver con el mundo de los sueños que con la vida
corriente del ciudadano corriente. Las fake news se pasean por delante
de nuestros timelines con total descaro, mientras nos sugieren tragar o esforzarnos
y dedicar nuestro tiempo a trabajar por alcanzar alguna verdad, sin garantías.
Nuestro tiempo, quién lo diría.
Ese
tiempo se paró por unos meses, pero la velocidad despiadada ha vuelto. Y para muchos, el
alivio de volver a poner el piloto automático a vivir. Y nadie al volante.
Dejarse llevar suena demasiado bien. Mientras tanto, una luz parpadea en el salpicadero.
Hay algo que revisar. Es incómoda, molesta, quizá el arreglo te salga caro. Quizá
tengas que cambiar tus movimientos por unas semanas. Pero lo haces, ¿no? ¿Quién
sería el necio que no lo haría? ¿Quién cambiaría perder un bien valioso y
necesario por no querer hacerse cargo y reparar, reajustar un problema a
tiempo? Pues eso. La luz no desaparece y lo mismo te estás jugando la vida.
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