El despertador suena, inexorable, siempre a menos diez. Esta vez no consentí un segundo reclamo. Me desperté sobresaltado en medio de la calma de mi habitación, velada por el aún desdibujado albor que precedía al amanecer. ¿De dónde podía salir tanto silencio? Minutos antes ese espacio lo ocupaban las risas, el estruendo, el jolgorio de una noche que me costaba reconocer como solo un producto de mis sueños y que me había dejado empapado como una pesadilla febril. Me costó algunos minutos más recuperar totalmente la vigilia. Me incorporé, y puse mis pies en el suelo en un intento de hacer volver mi mente a la realidad. Poco a poco me fueron llegando las imágenes que habían provocado mi turbación, en oleadas tan vívidas que casi parecían recuerdos de otro tiempo, ¿o acaso lo eran? Las caras me resultaban familiares, el tumulto me acogía como a uno más, la música me enjugaba el corazón con ritmos que ahora me sonaban tan lejanos... ¿me estaría volviendo loco? Últimamente, ca...